El viaje de los cuerpos celestes

 

cuerpos ceestes

 

Javier González es un escritor heterodoxo que disfruta buceando en los libros y legajos de las bibliotecas para documentarse sobre historias reales, que luego se permite convertir en fábulas intrigantes, con un final a la medida de su creativa imaginación.

Con estos mimbres de investigador, al que le hubiera gustado ser protagonista o al menos testigo privilegiado de casi todas de las historias que escribe, retrata con fidelidad al lenguaje de la época en la que sitúa su última novela, la vida y peripecias de personajes a veces nada ejemplares, porque la condición humana de nobles, obispos, monjes, novicios , militares y plebeyos, es compatible con el bien y el mal, la altura de miras y la bajeza moral de quienes circulan por las cuatrocientas quince páginas de » El viaje de los cuerpos celestes», que es su quinta novela.

Yo soy un fiel lector de lo que escribe porque me enganchó con su primer relato histórico – » Un día de gloria»- en el que actuó como si fuese un dios capaz de cambiar el final de una historia mundialmente conocida.

En » El viaje de los cuerpos celestes», Javier González, nos acerca a la parte más terrenal de los hombres de la nomenclatura de la Iglesia que se empeñan en conseguir triunfos a costa de unos muertos, mártires o no, que los tienen que desenterrar para exhibirlos como un trofeo de éxito y así mantener la influencia de la Iglesia de Roma frente al avance de la Reforma protestante.

A mí siempre me han atraído los personajes que son más villanos que héroes y, de esta especie, la Iglesia de obispos y cardenales, siempre estuvo bien servida.
En «El viaje de los cuerpos celestes» los responsables del traslado de los restos mortales no identificados de unos supuestos cristianos que murieron por su fe, tienen más empeño en contabilizar un número suficiente de esqueletos que en acreditar si esos restos se corresponden con santos o pecadores.

La peripecia del recorrido de este viaje en el que los «cuerpos celestes» deben llegar a su destino, está trufada de un sin fin de situaciones singulares que convierten a esta historia en muy terrenal, a pesar de ser una obra cuyos protagonistas pretendidamente trabajan al servicio de la fe.

Cuando alguien se deja llevar por un tema que tiene entre manos a la hora de escribir una novela, la historia, los personajes, el ritmo de la trama y las vicisitudes por las que transcurren sus vidas fluyen con facilidad o, como dice Javier González “sale de un tirón”, y yo sé por experiencia que cuando un trabajo literario enamora al propio autor, acaba seduciendo a sus lectores.

Deja un comentario